domingo, diciembre 23, 2012




Tengo una libélula en mi espalda, en mi pecho
    en mi garganta
        vuela, vibra, agita sus alas
   te zumba, te llama, te zumba.


viernes, diciembre 21, 2012

El escritor nace a la vez que su texto, no está provisto de un ser que preceda o exceda su escritura, no es en absoluto el sujeto cuyo predicado sería el libro; no existe otro tiempo que el de la enunciación, y todo esto está escrito eternamente aquí y ahora.

Roland Barthes, "El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y la escucha"

viernes, diciembre 14, 2012

Estoy cocinando mi comida favorita, y el murmullo interior no para: me dice escribí, sentate a escribir, dejá de hablar con vos misma. El diálogo inacabable, tengo muchas cosas y palabras, palabras como cosas que se escupen, tengo una verborragia incurable. Me quieren matar, me quieren matar a palabras. No quiero poseerlas, no quiero tener tantas, quedarme sólo con pocas, las necesarias para sobrevivir a este mundo y luego el silencio, la muerte. Lo único que quiero es morirlas, asesinarlas.
Estoy sabiendo algo, la cosa duele: "hay que soportar la angustia de la cosa que vuelve, macana que se necesita mucho coraje para sobrellevarla, pero la cosa siempre vuelve. Tranquila, no vas a perderla, no vas a perder(te)".
no me salves no busco que me salven busco morir quiero que me acompañes a morir.solo quiero que me acompañes a morir.
cosa cosita proa de ultramar llego mitad a nado mitad en bici llego y hay sol y la cubierta es blanca y brilla y el mar turquesa y cálido me dice zambullite y buceame te prometo peces de todos los colores y yo voy porque de chiquita me gustó el agua y aprendí a nadar mi mamá siempre me dice parecés una sirena cuando estás abajo del agua ojalá pudieras verte así -hermosa.


martes, diciembre 11, 2012

los cactus

Todos los días miro mis cactus.
Pongo una atención exquisita en cada uno de los 21 cactus que tengo, busco los brotes nuevos, miro el estado de la tierra y sus piedritas, busco la espina del color más intenso.
Y todos los días busco una excusa para tocarlos. No pasa nada, no me pinchan, no me dan alergia.
Todos los días me miento.
Luego, al manipular objetos, noto que tengo espinitas incrustadas  Con cada objeto que toco, pinchan y se clavan más. Y allí cuando ya me molestan demasiado, miro mis dedos a trasluz y las saco. Una por una las saco. A veces son muchas, y lo hago con una paciencia de la que siempre me sorprendo.
Pero hay una que es especial. Esa espina se clavó muy profundo (espinita, no logro sacarte, porque, justamente, no quiero hacerlo).

martes, noviembre 27, 2012

una de kiwis


tengo una semillita de kiwi atorada entre las muelas. gesticulo como una loca, parece como si tuviese algún desorden mental, buscando la hendijita por donde se metió, usando todos los músculos y contorsiones para poder sacarla. agarro un palito y empiezo a buscarla, y nada. uso mis uñas, pero no son lo suficientemente largas para llegar hasta ahí. y la semillita meta clavarse. la ley de la experiencia me dice que con el correr de los días se irá sola, un breve desliz y pum! chau molestia. 
pero nunca me llevé bien con la ley del tiempo y la experiencia.
y son dos leyes (o una) contra las que nada puedo hacer.

miércoles, noviembre 21, 2012

Dos líneas, pequeñitas, aunque sea  un verso, y,

----------------- busco el verso que haga explotar mi mundo.

miércoles, noviembre 14, 2012

retazo

miradas.
en el subte, dos colegiales. ella y él.
el sonríe poco, ella mucho. tiene una sonrisa hermosa. unos ojos grandes, azules, una carita amable. 
él la mira desinteresado, no quiere sostener una conversación ahora.
pero ella es encantadora y seduce con sus pestañas. él no se resiste y habla (las mujeres hacemos hablar hasta a las paredes).
es claro que ella lo adora. él no sabe que también la adora, o no quiere saberlo.
para cuando ella no lo adore más, él sentirá la pérdida y volverá para buscar un poco de afecto. extrañando aquel afecto imaginario.
cosas de colegiales.

jueves, noviembre 08, 2012

un día me mandaron a la verdulería a a comprar zanahorias. 
todavía no sabemos por qué, pero traje endibias.



estoy pasando muy rápido, me dice: "muy fiel a tu estilo", así también es más dolorosa la grieta.
pero cómo le digo si no va a creerme,
cómo le confieso,
que un león hambiento me corre desde siempre por las calles de la ciudad.

domingo, octubre 28, 2012


"¿Cómo es que se venga un hombre?
Iba a recibir de vuelta en pleno rostro la pelota del mundo que yo misma le había arrojado y que no por eso me era conocida. Iba a recibir de vuelta una realidad que no habría existido si no la hubiese temerariamente adivinado y dado vida de esta forma. ¿Hasta que punto aquel hombre, montaña de compacta tristeza, era también montaña de furia?"


"Oí con aire de desprecio, jugando ostensiblemente con el lápiz, como si quisiese dejar en claro que sus historias no me engañaban y que yo bien sabía quién era él. Había hablado sin mirar una sola vez hacia mí. Es que en la manera torpe de amarlo y en el gusto de perseguirlo, yo también lo acosaba con una simple mirada directa (…). Y conseguía siempre el mismo resultado: con perturbación evitaba mis ojos, comenzaba a tartamudear. Cosa que me llenaba de un poder que me endemoniaba. Y de piedad. Lo que al mismo tiempo me irritaba. Me irritaba que él obligase a una porquería de chica a comprender a un hombre."
 

Clarice Lispector, Los desastres de Sofía

martes, octubre 02, 2012

¡Poné las manos!

De chica mis rodillas estaban siempre lastimadas, llenas de moretones y cascaritas. Eran esas cáscaras gruesas, con profundidad, que aún después de secar y caer dejaban una piel rosada, muy finita y que se volvía a lastimar fácilmente.
Mis primos se burlaban siempre de mi. Ellos eran dos varones mayores, seguros de sus movimientos y yo era precisamente todo lo contrario. Me decían: -Nunca ponés las manos, ¡poné las manos! Mis manos no servían para eso.
Ya de grande casi no tropiezo. Aprendí a prestar atención a la hora de caminar y correr, mi esfuerzo le ganó  a mi torpeza originaria, un verdadero éxito de la ortopedia social.
Me gusta bañarme con agua bien caliente. En ese momento del día, mis piernas blancas se vuelven coloradas de manera informe. Me salen grandes manchas rojas, la fuerza del calor. Mis rodillas también se ponen rojas. Y sólo ahí es cuando recuerdo las cicatrices, la piel que no responde más al estímulo del calor. Es la piel que será siempre blanca.
Después de un tiempo (¿una hora o dos? quién sabe y qué más da), mis piernas vuelven a ser muy blancas y las cicatrices ya no se ven... desaparecen.

miércoles, septiembre 26, 2012

Pasando (de a pasos)

A veces un solo hecho nos hace dar cuenta de los pocos minutos que realmente vivimos durante el día. Y de cómo esos pocos minutos pueden resignificar toda nuestra experiencia ("la vida es eterna en cinco minutos" cantaba Jara). Mis cinco minutos de hoy se resumen a un viaje en metro y un sonido.
Iba caminando sola hacia el andén por debajo de Avenida de Mayo, estación Lima. Si hay una línea que tiene magia, es la línea A. Iba mirando los cómics estampados y cada una de las venecitas de pálidos colores que cubrían las paredes. Iba sola, nadie caminaba ni delante mío, ni detrás, nada visible al menos. La situación me daba cierto temor, el túnel, la no compañía, tenía ese estado en que presentimos que algo importante pronto irá a ocurrir. Adrenalina, le digo yo. Seguro hay palabras mejores.
Y de golpe, un malón de gente. Ahora sí no hay mejor palabra para describir a la multitud de seres humanos que caminaban serios, erguidos, apurados, y todos me miraban. Todos. Yo iba sola, de frente a todos ellos que recién bajaban del metro, e iba a chocarlos. Una escena similar a la del video de The Verve, pero con la diferencia de que yo caminaba completamente sola. 
Tengo que reconocer que tuve un poco de miedo, las multitudes nunca me gustaron, no soy un ser de masas. Y eran muchas miradas fuertes: los ojos delineados de negro de la chica de traje de oficina y tacos, el músico que llevaba su guitarra y me miraba de reojo agachando levemente la cabeza, el hombre mayor de mirada seria y pelo blanco, la vendedora ambulante y sus mercaderías, que afirmaba su paso con rudeza. Era inesquivable, ineludible, era como el iceberg del Titanic, un acontecimiento, una trompada de frente. Cerré los ojos. Fue como zambullirme por debajo de una ola a punto de romper. Ya sentía cómo la espuma regurgitaba por encima mío, cuando escuché un sonido. Una música hermosa. Era un violín que provenía desde el final del recorrido, y a medida que la gente me atravesaba (o yo atravesaba a la gente), el sonido se hacía cada vez más fuerte y claro, hasta que sólo escuchaba el violín. La melodía me tenía atrapada, y cuando finalmente abordé el andén, recordé (reviví), qué es el Amor.
Un ex combatiente vestido con su característico traje cargo tocaba aquel violín, y yo sentía que tocaba para mi. El (me) sanó y talló mi camino hacia él, de la misma manera que con cada nota sanaba su ser. Lo miré a los ojos emocionada y le di las gracias. También todo el dinero que traía encima en los bolsillos de mi saco y cartera. De golpe sentí una vergüenza sincera, como si mi alma estuviera ahí expuesta, me sentí desnuda. Seguí caminando, y él comenzó a llamarme casi a gritos: 
"-¡Señorita! ¡Yo saqué hoy el violín de su estuche! ¡Venga a escuchar cómo lo hago sonar para Usted!"
Yo no me di vuelta y seguí hasta el final del andén. Algo dentro mío vibraba y amaba y reconocía que debía seguir caminando, sin mirar hacia atrás.

martes, septiembre 25, 2012

el lobo

Y se encontró con la luna, y se iluminó aquel desierto de hielo.
Una loba blanca iba con ella, guardiana, desafiante.
-No puedo tocarte. No debo tocarte. No puedo acercarme con palabras. Tengo que vivir con el misterio.
Se acerca un hombre. No entiende. Le pregunta:
-¿Qué es el misterio?
- Es lo que no es.
-¿Y cómo se puede vivir con lo que no es? (no entiende).
-Zambulléndose de pleno en él.
-¿Usted piensa resolver el misterio? (sigue sin entender, pero duda).
-Nunca. Sólo los locos revelan los misterios.

lunes, septiembre 10, 2012

Escritos de luna(ticos)

La Tierra y la Luna - Auguste Rodin (1906)


Me prometo para algún día este mismo silencio, yo nos prometo lo que aprendí ahora. Sólo que para nosotros tendrá que ser de noche, pues somos seres húmedos y salados, somos seres del agua del mar y de lágrimas. Será también con los ojos enteramente abiertos de las cucarachas, pero sólo que será de noche, pues soy animal de grandes profundidades húmedas, no conozco el polvo de las cisternas secas, y la superficie de una roca no es mi hogar.
Somos criaturas que necesitan sumergirse en las profundidades para allí respirar, como el pez se sumerge en el agua para respirar, pero mis profundidades están en el aire de la noche. La noche es nuestro estado latente. Y es tan húmeda que nacen plantas... en la noche la ansiedad suave se transmite a través del hueco del aire, el vacío es un medio de transporte.Sí, para nosotros no será el amor en el desierto diurno. Somos los que nadan, el aire de la noche es encharcado y dulce, y nosotros somos salados, pues sudar es nuestra exhalación. Hace mucho tiempo fui diseñada contigo en una caverna, y contigo nadé en sus profundidades oscuras hasta hoy, nadé con mis innumerables cilios - yo era el petróleo que recién hoy brotó. Sonámbula como el petróleo que finalmente brota.
Juro que así es el amor. Lo sé, sólo porque estuve allí sentada y lo fui conociendo. Solamente a la luz de la cucaracha sé que todo lo que nosotros dos tuvimos antes ya era amor. Fue necesario que la cucaracha me doliera tanto como si me arrancasen las uñas - y entonces no soporté más la tortura y estoy confesando, estoy delatando. No soporté más y estoy confesando que ya sabía una verdad que nunca tuvo utilidad y aplicación, y que tendría miedo de aplicar, pues no soy lo bastante adulta para saber usar una verdad sin destruirme.
Si pudieras saber a través de mí, sin antes tener que ser torturado, sin antes tener que ser desmembrado por la puerta de un armario, sin que antes te rompan tus envoltorios de miedo que con el tiempo se fueron secando y volviéndose envoltorios de piedra, así como los míos tuvieron que ser rotos con la fuerza de una tenaza para que yo pudiera llegar al tierno neutro mío...Cuando una persona es el propio núcleo, ella no tiene más divergencias. Entonces ella es la solemnidad de sí misma, y no tiene más miedo de consumirse al servir al ritual consumidor - el ritual es el propio procesarse de la vida del núcleo, el ritual no es exterior a él: el ritual es inherente a sí mismo. La cucaracha tiene su ritual en su célula. El ritual - cree en mí porque pienso que estoy aprendiendo- el ritual es la marca de Dios. Y cada hijo ya nace con el mismo ritual.

Clarice Lispector, La pasión según G.H.

miércoles, agosto 22, 2012

Yo la miraba y le explicaba atormentada que no podía:
-No puedo escribir. Le pido mil disculpas, pero no voy a poder rendir el examen.
Ella me miraba, desaprobándome. Seguro pensaba "bueno, jodéte". Yo no sabía cómo explicarle lo que me pasaba, ¡es que no tenía palabras! Con un gran esfuerzo logré balbucear:
-Es que no puedo escribir, no me salen las palabras... porque yo tengo olfato, y lo que sé no puedo decirlo.
Ella cambiaba su expresión, sus facciones se suavizaban, sus ojos se iban abriendo... parecía por fin comprender. Luego de una pausa, ella dice:
-Yo te voy a ayudar. Vamos juntas a tu casa.
Y felices íbamos de la mano a tomar el subte. 

Y yo me despierto.

domingo, febrero 05, 2012

Sal con una chica que no lee

Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela. Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta. Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe. Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar. Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato. Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida. Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza. No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con Joyce, con Nabokov, con Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio. Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca. Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas. Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos. Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella. Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace. Por lo menos tiene que intentarlo. Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo. Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos. ¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo. Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son. Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype. Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas. Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee. O mejor aún, a una que escriba


Charles Warnke