Les escribo desde un país que una vez fue claro. Les escribo
desde el país del abrigo y de la sombra. Vivimos aquí desde hace unos años, vivimos
en la Torre de la bandera a media asta. Oh! Verano. Verano envenenado! Y desde
entonces es siempre el mismo día, el día del recuerdo incrustado...
El pez capturado piensa en el agua tanto como puede. Tanto
como puede, ¿no es eso natural? En la cima de una pendiente, se
recibe un golpe de pica. Enseguida toda una vida cambia. Un instante hunde la
puerta del Templo.
Nos consultamos entre nosotros. No sabemos más nada. Nadie sabe más que
el otro. Este está angustiado. Aquel, confuso. Todos están desamparados. No hay
más calma. La sabiduría no dura más que el tiempo de una inspiración. Dime. ¿Quién
habiendo recibido tres flechas en la mejilla se presentará con aire despejado?
La muerte tomó a unos. La prisión, el exilio, el hambre, la
miseria se encargó de los otros. Grandes espadas escalofriantes nos atravesaron,
lo abyecto y lo solapado nos traspasaron después.
¿Quién sobre nuestro suelo recibe aún el beso de la alegría
hasta el fondo del corazón?
La unión del yo y el vino es un poema. La unión del yo y la
mujer es un poema. La unión del cielo y de la tierra es un poema, pero el poema
que hemos escuchado paralizó nuestro entendimiento.
Nuestro canto, en la pena demasiado grande, no ha podido ser
proferido. El arte en busca del jade se detiene. Las nubes pasan, las nubes de contorno de rocas, las nubes contorno de duraznos y
nosotros, tal como las nubes, pasamos llenos de los vanos poderes del dolor.
No se ama más el día. Aúlla. No se ama más la noche,
atormentada de preocupaciones. Mil voces para hundirse. Ninguna voz para
apoyarse. Nuestra piel se cansa de nuestro pálido rostro.
El acontecimiento es grande. La noche también es grande, ¿pero
qué puede ella? Mil astros de la noche no iluminan ni un solo lecho. Los que
sabían no saben más. Saltan con el tren, ruedan con la rueda.
¿Mantenerse uno en sí mismo? ¡Ni lo sueñen! La casa
solitaria no existe en la isla de los loros. En la caída se mostró la vileza.
El puro no es puro. Muestra su obstinación, su rencor. Algunos se manifiestan
en los aullidos. Otros se manifiestan en lo esquivo. Pero la grandeza no se
manifiesta.
El ardor en secreto, el adiós a la verdad, el silencio de la
baldosa, el grito del apuñalado, la conjunción del reposo helado y de los sentimientos
que queman ha sido nuestra conjunción y el camino del perro perplejo, nuestro
camino.
Nosotros no nos reconocimos en el silencio, no nos
reconocimos en los alaridos, ni en nuestras cuevas, ni en los gestos de los
extranjeros. A nuestro alrededor el campo está indiferente y el cielo sin
intenciones.
Nosotros nos hemos mirado en el espejo de la muerte. Nos hemos mirado en
el espejo del sello insultado, de la sangre que fluye, del impulso decapitado,
en el espejo carbonizado de las injurias.
Nosotros hemos regresado a las fuentes glaucas.
extraído de “Laberintos”