martes, octubre 02, 2012

¡Poné las manos!

De chica mis rodillas estaban siempre lastimadas, llenas de moretones y cascaritas. Eran esas cáscaras gruesas, con profundidad, que aún después de secar y caer dejaban una piel rosada, muy finita y que se volvía a lastimar fácilmente.
Mis primos se burlaban siempre de mi. Ellos eran dos varones mayores, seguros de sus movimientos y yo era precisamente todo lo contrario. Me decían: -Nunca ponés las manos, ¡poné las manos! Mis manos no servían para eso.
Ya de grande casi no tropiezo. Aprendí a prestar atención a la hora de caminar y correr, mi esfuerzo le ganó  a mi torpeza originaria, un verdadero éxito de la ortopedia social.
Me gusta bañarme con agua bien caliente. En ese momento del día, mis piernas blancas se vuelven coloradas de manera informe. Me salen grandes manchas rojas, la fuerza del calor. Mis rodillas también se ponen rojas. Y sólo ahí es cuando recuerdo las cicatrices, la piel que no responde más al estímulo del calor. Es la piel que será siempre blanca.
Después de un tiempo (¿una hora o dos? quién sabe y qué más da), mis piernas vuelven a ser muy blancas y las cicatrices ya no se ven... desaparecen.

2 comentarios :

  1. Que genial.

    Estaba allí, junto a tí, en tu infancia, y tus rodillas, y la bañera.

    Buen viaje.

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  2. ja!
    a mí me pasaba y me pasa exactamente lo mismo!
    nunca ponía las manos y mi piel blanca deja las marcas (qué ironía) del agua!

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