domingo, octubre 28, 2012


"¿Cómo es que se venga un hombre?
Iba a recibir de vuelta en pleno rostro la pelota del mundo que yo misma le había arrojado y que no por eso me era conocida. Iba a recibir de vuelta una realidad que no habría existido si no la hubiese temerariamente adivinado y dado vida de esta forma. ¿Hasta que punto aquel hombre, montaña de compacta tristeza, era también montaña de furia?"


"Oí con aire de desprecio, jugando ostensiblemente con el lápiz, como si quisiese dejar en claro que sus historias no me engañaban y que yo bien sabía quién era él. Había hablado sin mirar una sola vez hacia mí. Es que en la manera torpe de amarlo y en el gusto de perseguirlo, yo también lo acosaba con una simple mirada directa (…). Y conseguía siempre el mismo resultado: con perturbación evitaba mis ojos, comenzaba a tartamudear. Cosa que me llenaba de un poder que me endemoniaba. Y de piedad. Lo que al mismo tiempo me irritaba. Me irritaba que él obligase a una porquería de chica a comprender a un hombre."
 

Clarice Lispector, Los desastres de Sofía

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