jueves, mayo 02, 2013

- la ciudad -

El mozo me mira -un mozo- y hace un gesto con su nariz, algo muy raro. A parte tiene una nariz tremenda, grande como de loro, puntiaguda. Yo le hago otro gesto, muevo los labios simulando la.cuen.ta, aunque más bien pronuncio algo, en realidad hablo bajito, porque se entiende. Yo le pido que me cuente, que me diga qué estaba haciendo yo ahí. O sino él, qué estaba haciendo él ahí, ¿le gustaba su trabajo? ¿ lo necesitaba? ¿era amante de la literatura, de la filosofía o de la psicología? Pero todo volvía a lo mismo: tenía la mirada fuerte y la nariz grande. Él comprendió que "yo sólo quería la cuenta" (en este momento un psicólogo que me hace acordar a alguien empieza a hablar y yo no quiero distraerme, pero no puedo no escucharlo).
Volviendo a la nariz. Casi mecánicamente, siento que estoy congestionada. Me llevo la mano hacia mi cara y encuentro que la partecita de abajo de la nariz, está húmeda. Pienso si será que el mozo notó la humedad. Saco un pañuelo y me seco, comprobando que se trataba del agua de la copa de soda que vino con mi café.
Quizá eso sólo era su manera de decirme que entendía lo que yo quería: fruncir decimonómicamente su nariz (quizás en el fondo a mi me hubiese gustado poder fruncir así la mía). Luego yo iría al baño, tardaría más de diez minutos en peinarme con una hebilla diminuta (la lógica dice que tanto pelo no cabe en una hebillita, pero suelo tener peleas terribles con la lógica) y al irme del bar me despediría amablemente. Pero (pero) él no me miró ni se percató de mi saludo.
Unos minutos más tarde, cae en mis manos un libro que contenía, entre otros textos, una obra teatral cuyo protagonista era una ondina, y, cómo no, un pescador (que como buen pescador, hablaba con la luna). Y caí en cuenta que, finalmente, al igual que aquella ondina, soy sólo una voz, que quizás sea todo para un alguien, cualquiera, pero no para él, que no me escuchó.
Y es que soy sólo una voz.
Para alguien sí, seré una voz.
Sólo, y tanta, tanta voz.

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